Hoy cumple 81 años Daniel Willington. Un fenómeno irrepetible, un monstruo. El futbolista mejor dotado técnicamente de nuestra historia. Un crack que trascendió generaciones. Un mito real, sin exageraciones ni misterio.
Los brazos en alto y en forma de V. El famoso cordobés y una estampa inolvidable.
Daniel Willington, el famoso cordobés, nació paradójicamente en Santa Fe, el 1º de septiembre de 1942.
Su romance con la pelota en Vélez, incorporado desde Talleres de Córdoba, se extendió desde 1962 (debutó el 25 de marzo) hasta 1970 y marcó una época. En su exitoso paso por nuestra Institución anotó 68 goles en 211 partidos.
Willington fue símbolo del fútbol en estado puro, del futbol espectáculo; no del fútbol negocio, no del fútbol comercial. El cordobés jugaba extraordinariamente bien a la pelota y a la vez era un extraordinario jugador de fútbol. Fue el prototipo del creativo, el enganche, el diez displicente y refinado. Atorrante, bohemio, productivo, dueño de un bendecido pie derecho, usina generadora de juego con buen caudal goleador. Derribaba muros defensivos con sus asistencias precisas, con un toque o un pase exacto diezmaba los cuidados de los cerrojos adversarios, con su remate potente vulneraba la resistencia de cualquier arquero.
Un distinto. Un crack. Un espécimen admirado por propios y extraños y que, en las últimas generaciones, se encuentra en proceso de extinción y va siendo reemplazado o fratachado por otros modelos, rebosantes de cualidades físicas pero carentes de sus dotes técnicas. Los planteos tácticos-estratégicos actuales, en su mayoría, reniegan de este estilo de futbolista poco afecto al sacrificio y al esfuerzo solidario en pos de la recuperación del balón. El Daniel pensaba, y lo hacía a una velocidad mucho mayor a los atletas que hoy "disfrutamos" en un terreno de juego, y con apenas algunos destellos era más pragmático que muchísimas de las máquinas futboleras contemporáneas.
Prestidigitador, magnetizante, jodido de arriar fuera y dentro de la cancha (no se quedaba con ningún vuelto), fue el único futbolista al que José Amalfitanile rindió pleitesía, el único ante quien se sensibilizaba, el único por quien sacaba un billete más de la lata atestada de cocodrilos con el fin de conformarlo y retenerlo.
Un detalle no menor. Edson Arantes do Nascimento, más conocido como "Pelé", lo alabó en una de sus visitas a la Argentina y lo consideró como el mejor jugador del mundo.
Su presencia en el césped era un cebo irresistible para los miles de fieles que lo adoraban, que asistían fecha tras fecha a sus clases magistrales, que encendían sus radares para estar atentos a las salidas de los conejos de su chistera sin fondo, que aguardaban sus ardides engatusadores y se regocijaban con sus arrebatos obscenos de talento, un valor que poseía en cantidad, que beneficiaba a sus compañeros y por transitividad a todo el equipo. Como todo genio el Daniel tenía la virtud de hacer fácil lo difícil, simple lo que para el resto era imposible.
Este texto no pretende ser una exégesis del pensamiento generalizado de aquellos que tuvieron el placer de deleitarse con sus shows dominicales. Es apenas una descripción escrita, bastante estricta, de lo relatado por sus incondicionales adeptos.
Volvió a Vélez fugazmente en 1978 y fue entrenador del primer equipo a finales de la década del 80. No dejó testaferros post retiro. Hubo muy buenos, pero ninguno como él.
Caso infrecuente. Fue ídolo en su Club de formación, Talleres, e ídolo en Vélez, su segunda casa. Una de los tribunas del Estadio Mundialista Mario Kempes de Córdoba lleva su nombre en reconocimiento a su magia, que deleitó a los espectadores durante casi dos décadas, y el Hall Central de nuestra sede exhibe una estatua con su figura, una idea concebida y concretada por la Subcomisión del Hincha, un merecido tributo a uno de nuestros orgullos futbolísticos.
Distanciado en un principio por incompatibilidad de caracteres con el técnico Manuel Giúdice, este tuvo que resignarse a reubicarlo en la formación titular en el Nacional de 1968. Tomó cuenta que la sólida estructura diseñada en su pizarra no podía desdeñar de tamaño nivel de inspiración. El Cordobés no lo defraudó. Fue el bastonero de aquel plantel que se adjudicó el primer trofeo a nivel local, el artesano que contribuyó con sus filigranas a dibujar en el firmamento velezano la estrella inicial de las 16 que hoy nos enorgullecen.